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Ashley Grey

Relato Corto: Ashley Grey. Drama/Terror. 

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Sí me preguntan, diré que esto es un caso complicado. Ashley Grey debió pensarlo mucho, o al menos, prepararlo. No creo que esta circunstancia acabara con un mero arrebato. Bueno, aunque una masacre siempre tiene algo de arrebato.

Ashley era oficinista. Una abejita dentro de un panal de escritorios y módulos de plástico pegados unos con otros. Eso pone en los informes, extraídos de los relatos de los supervivientes. Luego, siempre queda la imaginación, claro. Puede sonar frívolo con tantos muertos. Pero mi sueldo depende de ello, así como la calidad de mi trabajo.

Allá voy…

Dicen que los módulos personales de una oficina constituyen puentes entre el trabajador y la empresa. Cada escritorio se adorna con la personalidad de su dueño. Hay quien pone fotos de su familia. También están quien buscan la practicidad en su espacio de trabajo; llenándolo de herramientas que jamás usaran. Por último, están los opuestos. Los que tratan de dejar la mesa tan limpia como les sea posible. El escritorio es una proyección de su alma, y mejor tenerla limpia para cuando llegue el momento de dar explicaciones a autoridades superiores ¿No creéis?

El escritorio de Ashley Grey se acercaba más a los últimos. Su mesa y el ordenador eran los protagonistas de un módulo bastante sobrio. No había fotos, ni posits. No había pistas sobre si le gustaba la literatura de un género u otro. Todo estaba limpio, recogido. La única anomalía, que la señorita Grey se permitía, eran tres ratones de cerámica colocados junto al monitor. Unos muñecajos bien feos; de ojos saltones que reflejaban la luz, dando la pintoresca sensación de estar mirando a algo que te devuelve la mirada.

Ashley Grey pasaba en ese entorno una media de ocho horas al día. Gestionaba datos para la empresa, haciendo de su vida una aliteración bajo el nombre de una marca. Si no fuera igual para todos nosotros, uno se preguntaría como es que tardó tanto en perder la puta cabeza.

                                                     * * *

Me la imagino allí. Chasqueando el teclado cual pianista sordo. No era una persona sociable, y la veo escuchando las conversaciones de los módulos anexos como historias lejanas.

Cuando se sentía sola tenía sus muñequitos. Y de la misma forma que ella oía, también era oída por sus compañeros; hablando completamente sola.

—¡Hoy es el gran día! —Dijo Ashley y el ratón le devolvía la mirada en silencio —¡La fiesta de empresa! ¡El señor Williams estará allí! Dicen que está buscando alguien para promocionar.

Nadie le respondía, claro. Ni a sus propios compañeros les importaba demasiado. La mayoría de las veces solo la escuchaban murmurar.

Aquel día, la señorita Samantha Reggie se acercó con una lista de tareas que ocuparían el tiempo de la señora Grey.

—¡Hola Ash! —Dijo la mujer al entrar en su módulo —¿Hablando sola de nuevo?

Ella la miró en silencio. Que Reggie se acercara debía ser equivalente a que un cuervo anidara en la ventana de tu hijo. Un mal presagio, y cada contexto tiene el suyo. Este venía con una carpeta bajo el regazo.

—¿Estás pensando en ir a la fiesta de empresa?

Ashley no respondió, pero a Reggie no le hizo falta.

—Vamos, Ash ¿Y piensas ir así vestida?

En boca de sus compañeros, Ashley y Reggie eran la noche y el día; en ese orden. Ashley callada, reservada, siempre con ropa cómoda, a veces descolorida. El pelo sobre su cabeza parecía el nido de los pájaros que un día se fueron para no volver. Reggie, a su vez, bonachona y sociable. Siempre maquillada, coqueta, bien peinada. Vestía un traje de mujer, con corbata a juego con el verde de sus ojos. Hacía firme aquella frase que dice: «viste cada día con como te gustaría que te enterrasen».

Que puta ironía…

—Ashley, querida… No pintas nada en la fiesta de esta noche. Ambas lo sabemos ¿Buscas el ascenso? Si vas vestida así, da gracias si el señor Williams no llama a seguridad para que te echen. Es muy probable que te confunda con un sintecho.

Por tercera vez, Ashley no respondió nada.

—No te preocupes, cariño. Mama Reggie te trae algo para que puedas ocupar tu cabeza. Necesito todos estos datos digitalizados para mañana, y eso significa que no podrás asistir a la fiesta.

Soltó la carpeta sobre el escritorio. Emitió un golpe seco al hacerlo, y tiró uno de los ratones de cerámica, haciéndose añicos contra el suelo.

«Mama Reggie» era el nombre por el que se la conocía. Siempre atenta, siempre pendiente. Constituía uno de esos pequeños líderes sin cargo real que tienen todas las empresas. Una cara para el proletariado. ¿La joven Daisy no puede quedarse hasta tarde porque tiene que ir al médico? Mama Reggie se encarga ¿Puede que John no llegara tiempo para el informe trimestral? Mama Reggie ayudaba.

Y luego se acercaba a Ashley. Le decía que tenía que cumplir el turno de Daisy, o terminar el informe de John. Porque nadie podía decirle NO a la buena de Mama Reggie y, cuando ella tiene algo contra ti, más te vale tragar si no quieres tener a toda la jodida oficina encima.

En su caso, fue Reggie quien la pilló en una cena de empresa, metida en los baños con un tal Merry Piggins. También se encontró a la polla del tal Merry dentro de la boca de Ashley. Poco importó que el señor Piggins fuera acusado unos años después por agresión sexual y, que nadie; incluido yo, seamos capaces de imaginar a Ashley participando en dicho acto sexual de buen grado.

Puede que Reggie viera a la muchacha tratando de revolverse, librándose de la presa de aquel tipo, y luego convenciera a Ashley de que ella había sido la mala. Que le había dado falsas esperanzas al pobre. Que debería mantener la boca cerrada si no quería que el resto de la oficina supieran que era una fresca.

El mundo está lleno de “Mamas Reggies”. Te limpian el culo con una mano y te apuñalan con la otra. Fuera como fuera, Ashley asumió el rol de culpabilidad que la señorita Reggie le otorgó. Y, claro, su silencio era algo que debería comprarse con ciertas concesiones para las que jamás podría negarse.

Ashley miró la carpeta que rebosaba sobre su escritorio. Mama Reggie se fue saludando a alguien de un módulo contiguo.

Me imagino a Ashley pensando que ya no podría ir a la fiesta. Y luego miró el ratón roto en el suelo. Una metáfora de sus aspiraciones. Lo colocó sobre la mesa y gimoteó en silencio. La escucharon llorar sus vecinos. Solían hacerlo tras recibir una visita de Mama Reggie, pero a nadie le importaba. Ashley era un misterio para muchos. La rarita de la oficina. Si hablaba con sus juguetes o lloraba, mejor pasar de largo como testigo.

                                                     * * *

—¿Qué decís? ¿Qué debería ir?

Los ratones quedaban en silencio. Ashley pegaba los trozos del que se había caído con un tubo de superglue que guardaba en uno de sus cajones.

—¡Pero no voy vestida para la ocasión!

Agarraba las esquirlas del cráneo del roedor y las añadía con cuidado. El pegamento evidenciaba las cicatrices de la cerámica. Aquellos ojos estaban sucios por el adhesivo, y nunca más volverían a reflejar la luz como un ser vivo.

—Mama Reggie tiene razón… Soy basura. Debería quedarme calladita en mi módulo, mientras todos festejan abajo. A las doce el señor Williams oficiará un brindis por el buen trabajo de todos, pero yo estaré aquí, sola. Es mejor así.

Nada de lo que viene a continuación tiene base en ningún informe, pero no puedo dejar de imaginarme que esto pasó así. Y me produce escalofríos.

«Que le jodan a Mama Reggie» dijo uno de los ratones, y Ashley se tapó la boca para disimular una risita. «Esa zorra te trata como una esclava, debes hacer algo»

—¡Pero tiene razón! ¿Cómo quiero sorprender al señor Williams con estas pintas? No tengo nada bonito que ponerme.

«Tienes tu trabajo, querida» dijo otro de los ratones, «Has sido una laboriosa hormiguita, y eso importa más que tu aspecto»

Pero Ashley sabía que su productividad era baja, más cuando parte de sus funciones ocupaban elevar la de sus compañeros.

No tuvo que decirlo. El ratón gruñón respondió por ella.

«¡Todo es culpa de esa zorra! ¡Ahora no tienes ni confianza en ti misma, ni voto, ni posibilidad de demostrar tu trabajo!»

—Pero ¿qué puedo hacer?

«Te mereces ese ascenso, querida» dijo el ratón amable, «Nadie se lo merece más que tú»

Ash miró el ratón roto, cuyos pedazos expresaban la muerte de una de las voces de su interior. Él no dijo nada, ya no podría. Su labor de restauración tenía más de Frankestein que lo que ella estaba dispuesta a admitir.

«Ojo, por ojo» Susurró el ratón grosero «Un ratón por una rata. Ella tiene un vestido, y tú tienes una fiesta a la que acudir»

                                           * * *

Lo que viene a continuación, el forense lo catalogó de “Barbarie”.

Ocurrió en el baño, algo poético si me permitís opinar, cuando la señorita Reggie acudió por un asunto de aguas menores.

Ashley ya debería estar en posición, y la paciencia es una virtud de aquellos que guarecen su mundo en silencio. Esperó a que estuvieran solas. Entonces salió del retrete para encararse a la razón de sus desgracias.

—¿En el baño y sola, Ashley? No es propio de ti.

Tuvo que ser una provocación. Estoy seguro. Ashley tuvo que tener muy pocas dudas para hacer lo que hizo.

Las tijeras que guardaba en su escritorio, se las enterró en la cara. Reggie no se lo esperaba, y el primer impacto entró por su mejilla izquierda. Lo siguiente que hizo Ashley fue cerrarlas. El grito de Reggie se convirtió en un gorgojeo, cuando la sangre anegó su garganta.

Peleó, eso hay que dárselo a Mama Reggie. Golpeo a Ashley en el rostro, y debió partirle la nariz. Pero un simple acto no aplaca años de opresión. Su rival tenía una determinación clara. La placó y la tiró contra el urinario más cercano. Reggie se golpeó el rostro contra la taza. Perdió un par de dientes. Ashley le arrancó las tijeras y las enterró de nuevo. Se introdujeron en la cavidad izquierda. Reventó el ojo y perforó el cerebro.

No fue la última vez que la apuñaló, a pesar de que Reggie ya no se movía.

Dejó el cadáver sentado sobre la taza y la desnudó. Fue un milagro que nadie oyera la pelea. Un milagro de algún Dios vengativo, pero milagro al fin y al cabo.

Para cuando Stephanie, una señora mayor que trabajaba en la misma planta, entró al cuarto de baño, Ashley ya estaba vestida. El traje se tornaba oscuro por donde había salpicado la sangre. La camisa blanca era un cuadro de pollock, por debajo de la corbata verde.

—¡Dios mío, Ash! ¿Estás bien?

Stephanie también dijo más tarde que la muchacha tenía la nariz partida y manaba como un grifo abierto.

Ashley se puso a llorar.

—Me he caído, y me he roto la nariz. He manchado mi traje para esta noche ¡Voy a estar horrible!

Stephanie que jamás tuvo antes contacto con ella, la abrazó con cuidado de no mancharse. Le dijo que no se preocupara, que eran cosas que pasaban.

—Déjame hacer un poco de magia —dijo con optimismo —El traje es precioso, y no vamos a permitir que vayas mal a la fiesta. Es negro, con lo que la sangre puede disimularse si lo limpiamos, pero la camisa blanca es un caso perdido. ¿Has probado a abrocharte bien los botones?

Ashley así lo hizo. Un pequeño gesto, abrochándose la parte superior de la chaqueta, ocultaba la camisa. Todo un conjuro. Luego Stephanie agarró varios papeles junto al lavabo, y con mucho jabón, ayudó a frotarle el traje. Se veían los roales oscuros, pero se disimulaban bastante bien.

Ashley seguía llorando, y tenía la nariz torcida, pero Stephanie resultó ser una buena hada madrina.

—Deja de llorar, mi niña. Tengo maquillaje en mi escritorio, y puedo dejarte preciosa para esta noche. También puedo ayudarte con el peinado. No puedo hacer nada con esos ojos rojos por el llanto, pero si tú misma ves lo preciosa que quedas, lo mismo se cambian por una sonrisa.

De mientras, los pies del cadáver de Reggie descansaban bajo la puerta cerrada del urinario. Nadie pensó más allá del “Ese vater está ocupado”. Allí se mantuvo durante toda la jornada laboral, sin que nadie sospechara. Absorbidos por un paisajes de archivadores, ordenadores y la música del tecleo como oda a la rutina.

                                           * * *

Las palabras de Stephanie no quedaron en vano. Estaba maravillada de lo bien que le quedaba el traje de Mama Reggie, y al verse maquillada y arreglada en el espejo, creyó estar viendo a otra persona nueva.

Sentada en su cubículo, aprovechaba cada reflejo; incluso el del monitor apagado, para admirar la obra de arte en la que se había convertido.

«¡Estas preciosa!» Dijo el ratón amable.

Ni la nariz torcida, amoratada bajo las capa de maquillaje, podían disimular la sensación de victoria. Se traducía en una sonrisa; en el brillo de sus ojos. Hasta el ratón grosero parecía embriagado.

«Realmente te sienta bien la sangre, querida. Esa puta se pudrirá y tu conseguirás el ascenso. El esfuerzo se amerita trabajando, y te has esforzado bien.»

Ashley asintió.

Aquella noche iría a la fiesta y, entonces, dejaría de ser mendiga para convertirse en princesa.

                                                     * * *

Los supervivientes concordaron en sus interrogatorios que Ashley estaba radiante.

Fue algo así como a las 22:00 de la noche. La fiesta se habituó sobre una sala de reuniones donde habían predispuesto las mesas para el ponche y canapés.

Ashley llegó como lo debe hacer toda una dama. Cuando ya todos estaban allí, y podían presenciar su elegante llegada. Su entrada destrozó el vacío que ella misma se había labrado.

Muchos no la reconocieron de inmediato. Otros cuchicheaban sobre lo guapa que estaba. La sonrisa triunfal que, denotaba confianza en sí misma, y ninguno creyó ver antes en su rostro.

Alguien preguntó por Mama Reggie, pero uno de contabilidad disculpó su ausencia.

—Se va a quedar hasta tarde digitalizando unos datos que tenía. Es gracias a ella que pude venir.

Una coartada labrada por la misma víctima, que se pudría sobre un urinario varias plantas más arriba.

Ashley de mientras degustaba del ponche, comía de los entremeses, y participaba en las conversaciones de sus compañeros. La chica introvertida desapareció, y ahora solo quedaba la carcasa de un disfraz, cuya sangre se ocultaba bajo el traje.

A las 23:00 de la noche llegó el señor Williams. Quedó embriagado por la joven, a la que juró jamás haber visto antes por la oficina. No tardó en empezar a hablar con ella, y ella no tardó en contarle las ideas que tendría preparadas de cara a un ascenso.

¿Cuándo se truncó todo? Otra vez debo usar la imaginación, algo que jamás podré poner en un informe que se dicte de serio. Pero que me ayuda a conciliar la escena, y a mí mismo, por lo ocurrido.

Creo que en cierto momento ganaron los secretos. Aquellos que Mama Reggie se jactaba de proteger.

—¡Espera un momento, ya caigo! —Susurró Williams —¡Tú eres Ashley Grey, de procesamiento de datos!

Ella sonrió, pues solo un príncipe podría haberse constatado de la presencia de ella, incluso cuando ella aún no era nada.

—He oído hablar mucho de ti.

Aquello mató su sonrisa.

—¿Qué has oído…? ¿…De quién?

Williams debió reírse ante la sorpresa. Era un tipo bastante engreído, y ni su esposa actual pudo facilitarle a la policía una lista de virtudes que hablara bien de él.

—Que te gusta comer pollas en el baño. Lo sabe todo el mundo ¿Y antes no decías que tu querías un ascenso?

¿Fue una proposición? ¿Un insulto con la intención de herirla? Habría que usar una Ouija para preguntárselo al mismo Willians.

Los testigos afirman que Ashley Grey salió de la fiesta como alma que lleva el diablo, llorando, unos veinte minutos antes de la medianoche.

Nadie sabe decir que fue lo que pasó. Yo solo puedo conjeturar. Se rompió el conjuro de autoconfianza, y trató de huir antes de que todos la vieran como la que era.

La loca Ashley. La rara Ashley. La llorona Ashley.

La pobre Ashley.

Lo cierto es que todos los testigos sabían lo de ella con el señor Piggins. Puede que solo Mama Reggie lo presenciara, pero un rumor es gasolina en un ambiente de trabajo. Solo necesita la chispa adecuada para que prenda y las mesas y archivadores alimenten al infierno.

Lo siguiente ocurrió media hora después.

Eran pasada las doce. Williams ya oficiaba el brindis.

Los que quedaban estaban ya tocados por el alcohol. Y por las hileras blancas que encontramos en los retretes. Cosas de empresa.

El brindis no dejaba de ser una formalidad, y supongo que cerrar un buen trimestre da motivos de celebración.

Acababan de brindar cuando “aquello” entró en la sala de reuniones, y cerró la puerta tras de sí.

Vestía unas ropas descoloridas que se tornaban rojas por la sangre seca. Era el cuerpo de una mujer, una que ocultaba su cara bajo una máscara improvisada con cinta adhesiva y trozos de tela. La cinta deformaba el rostro, achataba la nariz y retorcía los labios. La tela elevaba dos orejas de roedor por encima de su cabeza. Debajo, la corbata verde pendía de su cuello.

Todos creyeron que era parte de un macabro espectáculo. Cuando sacó una botella con un pañuelo, muchos las reconocieron como una de las que se encontraban en el cuarto de al lado, donde se reponían las bebidas de la fiesta. Demasiado borrachos y drogados para sumar uno y uno, para cuando prendió el pañuelo con un mechero, ya era demasiado tarde.

Lanzo la botella contra una de las esquinas. Explotó en una bola de fuego. Alcanzó a una joven que se encontraba en el radio, y la llamarada se alimentó de su camisa y combustionó la carne. Algunos gritaron, retrocedieron, y solo uno, trató de encararse a la ratona.

Dio dos pasos hacia ella; dos pasos retrocedió cuando, de un violento golpe, le estrelló una grapadora en el rostro, justo por encima del puente de la nariz. Otro más se acercó y, la ratona en esta ocasión, blandió sus afiladas tijeras, que ya habían probado la sangre.

Le dibujó una sonrisa horizontal por debajo de la barbilla.

Algunos trataron de apagar el fuego de la incendiada. Le crecía una llama por el cuello de la camisa. Se revolcaba histérica, chillando de dolor, y para entonces el humo comenzaba a condensarse. Olía a plástico quemado y a carne poco hecha. Saltó la alarma de incendios. Dentro de la sala comenzó a llover. Apagó la llama, pero el fuego ya había devorado la garganta. Murió de camino al hospital.

La ratona comenzó a caminar hacia Williams, que miraba aterrado la escena. Sus tijeras de plata goteaban junto a la lluvia de los aspersores. Cruzó sobre el hombre que se agarraba el cuello, y que ya perdía el color de sus mejillas.

Algunos trataron de abrir la puerta.

Alguien más debió encararse a la ratona, pues otro de los muertos que más adelante se apilaron en la morgue tenía un corte descendente por debajo de las costillas. Me pregunto cuantos días estuvo Ashley Grey afilando esas tijeras, y si ella misma se dio cuenta de la razón mientras lo hacía.

Cubierta de sangre, cruzó toda la sala, obviando a los que aterrados mantenían la distancia; acabando letalmente con quien se acercaba.

Una cuarta víctima, el que se levantaba tras el impacto con la grapadora, pudo sentir las tijeras entrando por su clavícula, cuando la señorita Grey lo pilló de espaldas. Dejó el cuerpo revolviéndose en el suelo, boqueando de dolor. Siguió su camino hasta el señor Willians.

Para entonces consiguieron abrir la puerta a base de empellones. Se desató una estampida. Stephanie, el hada madrina de la señora Grey, fue aplastada por la histeria colectiva. Se derrumbó. Alguien le aplastó la rodilla al huir, y fue pisoteada por la espalda y el rostro. Vivirá, pero creo que jamás volverá a caminar.

Willians trató de huir también. Se lanzó hacia un lateral. La ratona giró con él. Las tijeras se enterraron bajo el oído derecho. Partieron el hueso y separaron la mandíbula. Resbaló por el agua teñida de roja que cubría el suelo. Se desplomó contra una de las mesas y la volcó. La ratona se subió encima, a horcajadas, y le apuñaló tantas veces en la entrepierna, que el forense necesitó pinzas para recoger todos los trozos.

Para cuando la policía llegó, la ratona ya se había marchado. Solo quedaron los testigos, muchos de ellos histéricos.

Adivinad a quien le tocó recomponer todas las piezas del puzle.

Yo estuve con los policías de uniforme. Hicimos preguntas incómodas a quienes acababan de presenciar una carnicería. Encontramos el cuerpo de Mama Reggie, pero la hora de la muerte estaba dictaminada mucho antes de que comenzara la fiesta.

Todo parecía apuntar a la señorita Ashley Grey, que se marchó un rato antes de que comenzará aquel violento episodio.

Joder, hasta yo lo tengo claro.

Solo necesito justificar el acto de alguna forma. No logro entenderlo, y necesito creer en un cuento que me permita dormir por las noches.

Encontramos las tijeras junto a la corbata en el piso de abajo. La corbata se la arrancó, ni siquiera la desanudó, y aún tiene el lazo. La asesina debía estar nerviosa, y se la quitó como pudo, estirándola hasta que pudo pasar la cabeza. Ahora hay una búsqueda activa contra la señorita Grey, y puede parecer una gilipollez, pero sé que, si su cabeza pasa por el lazo de la corbata, entonces ya no habrá ninguna duda.

Conociendo su historia como la conozco ahora, solo espero estar equivocado.