¡Bien! Mi primera novela está acabada. El malo ha sido pateado en la entrepierna por los buenos. ¡Reina el amor y la felicidad en el reino! Punto final. ¿Y ahora qué? Voy a leerla desde el principio y… ¿Qué cojones? ¡Esto necesita una corrección!
Puede que en este punto tengas tal subidón que te bebas la primera bebida alcohólica que encuentres por casa para celebrarlo, y digas: «Ahora a engrasar el embudo para hacerle tragar a todas las editoriales mi manuscrito». Si has leído mis anteriores entradas de esta serie sabrás lo que opino: aún te queda la parte de corrección. Es un proceso lento y doliente, más si quieres ver frutos de un árbol del cual, en realidad, apenas acabas de plantar la semilla. Si no lo riegas y cuidas correctamente…
Debo repetir (Por si esta es la primera vez que lees una de estas entradas), que todo esto no deja de ser una reflexión al aire tras lo vivido, y que mucho cambiará a medida que vaya aprendiendo. Por supuesto.
Si a ti te ayuda a no repetir mis errores, me doy por satisfecho.
¿Y qué implica? No solo es una cuestión ortográfica.
Como siempre, hablo desde mi experiencia como escritor novato. En mi caso fueron sesiones y sesiones de relecturas y relecturas: de ver una y otra vez lo mismo, de darle vueltas a toda la madeja y realizarme preguntas. ¿Está esto bien explicado? ¿Es esta parte demasiado distendida para la tensión que quiero causar? ¿El personaje ha dicho algo que no cuaja con su forma de ser? Estos cuatro párrafos que dan vueltas una y otra vez sobre lo mismo… ¿Son realmente necesario?
Escucho mucho lo de «Hay que añadir» y en mi caso hubo tijera por todos lados. Hablo de que mi manuscrito original resultó en unas 230 páginas de Word y el resultante tras numerosas correcciones acabaron en 200. No quité nada de la trama. No eliminé escenas u omití diálogos y acciones. Simplemente veía que había momentos en los que me enfrascaba tantísimo en una idea que redundaba sobre ella sin aportar nada nuevo. También numerosos párrafos en los que una simple línea explicaba o describía con más elegancia que tanta chapa. También fuera. Momentos de acción en los que me ponía a describir y rompía la tensión del momento. ¿Fuera? No, pero sí al menos redistribuir esas descripciones en momentos donde molesten menos.
También añadí, por supuesto. Pero os aseguro que hubo más para la guadaña.
Ahora sí, ortografía.
Por supuesto, parte de que un texto sea legible, significa el tradicionalmente aceptado «que se puede leer».
Has cuidado que tenga una buena comprensión lectora, que sea divertido y ameno, la psicología del lenguaje a la hora de crear un efecto en el lector. Ahora toca cuidar la ortografía, algo muy importante.
Escupo hacia arriba. Yo soy un desastre. Escribo más rápido de lo que pienso en lo que escribo. Luego me voy encontrando gazapos a cada dos líneas. Esto no deja de ser una responsabilidad; entendámoslo. Alguien va a apostar por ti, va a pagar dinero de su bolsillo y/o gastar su tiempo en leerte. ¿Qué mínimo que darle algo que sea cómodo de leer?
Para esto y lo anterior hay un par de trucos, y los dos tienen que ver con leer en voz alta. Os recuerdo que Word tiene una voz en off que puede leer lo que has escrito, y tan pronto haya algo mal escrito os va a chirriar. También podéis leeros vosotros mismos. En voz alta, lento y con calma. La idea es buscar lo que no suene en vuestra garganta como suena en vuestra cabeza
Corregido… ¿funciona mejor ahora?
Eso dependerá de tu texto, y a estas alturas puede que tengas tal conmoción de revolcarte en tu obra que la objetividad se haya convertido en un lujo. ¿Funciona? Nada mejor que lectores cero para eso.
Pueden ser amigos o conocidos, pero ¡cuidado! Es muy fácil endosarle tu obra a esa alma pura y bondadosa que te dará el feedback más halagüeño posible. Esa gente viene muy bien para temas de egos, pero no funcionan si quieres venderles tu obra a desconocidos.
Necesitas la dura y dolorosa verdad. No alguien que te dore la píldora ni tampoco el caso contrario, alguien que le prenda fuego al fruto de tu esfuerzo. Lo suyo es buscar gente que se lo lea y te diga que les gusta y que no, que funciona y que no. De hecho, no es mala idea que les hagas un cuestionario rápido en el que puedan desenvolverse. ¿Es el protagonista carismático? ¿El malo te produce sarpullidos? ¿Qué tal vistes el humor? ¿Te reíste? ¿Lloraste cuando muere el perrito? Y por segunda vez, ¡Cuidado! Traza una intensa línea roja sobre lo que viene a continuación.
¿Ego yo? ¡Al carajo!
Vas a recibir feedback bueno y malo. Van a decirte que un personaje no mola, y a ti te parece impresionante. ¿Tiene razón? Si tienes doscientos lectores cero y todos parecen opinar lo mismo, tal vez debería replanteártelo. ¿Y si lo dice solo uno, pero es alguien de quien valoras mucho su opinión? Plantearte dudas puede ser bueno. Tal vez encuentres matices que antes ni te imaginabas sobre un personaje/escena/diálogo. Pero recuerda también que es tu obra, y tu buen gusto, la que corre desnuda por el parque.
Tienes que hacer juicios de valores y egos. De nada sirve que digas que tu obra, tu adorado vástago, es intocable, pero tampoco que hagas de pusilánime y te comas todo lo que te digan terceras personas. La novela la escribes tú, no ellos. Proviene de ti, de nadie más.
En resumidas cuentas. Te toca defender tus decisiones con tu obra, pero también tienes la responsabilidad de saber elegir dichas batallas. Hay una diferencia entre lo que cuentas y lo que quieres contar; ambos van a depender de cómo lo cuentas. Si quieres decir una cosa, y el lector entiende otra; mal vamos. Si quieres que un personaje inspire temor y produce risa; apaga y vámonos.
Una corrección debe ser una patada al ego. Y el ego debe saber afrontarla, aprender y saber cuándo plantarse. Es sumamente difícil, pero recuerda que el espíritu de tu obra es también parte de la calidad de la misma.
Y aún con todo, piénsate mucho el contratar a un corrector profesional.
Para mi novela Cambios hice corrección de todo tipo: sesiones interminables de lectura, agregar y quitar paja, lectores cero… Todo esto una y otra vez. Siempre acababa encontrando algo que me chirriaba o me hacían sangrar los ojos. Es el problema de no haber sido cuidadoso desde el principio.
Con tanto ciclo llega un momento en el que uno pierde la objetividad. Es fácil acabar matando un párrafo que estaba perfecto…, o quitar frases o diálogos que luego crean errores de coherencia.
Contratar un corrector, a pesar de las vueltas que le des al argumento, debería ser importante; entre otras cosas por la objetividad que te brinda. Es alguien que sabe que debe buscar y cómo hacerlo. Un buen corrector te señalará esos problemas, y creo que un buen escritor lo agradecerá. A fin de cuentas, son tus errores y es bueno que los conozcas. Probablemente los vuelvas a cometer, pero al menos ya sabes dónde poner especial atención.
Yo conté con la ayuda de un gran corrector que, tras desesperarme tras tanta vuelta y vuelta, supo encauzarme. Sigue habiendo gazapos, pero algo tolerable dentro de la casuística y a mejorar ¡Nada de dormirse en los laureles!
Repito: es una cuestión de responsabilidad para tu obra y la gente que algún día la leerá. Lo primero porque has trabajado muy duro y quieres que se entienda, que cause temor cuando un personaje está a punto de diñarla o que emocione cuando algo bueno sucede. Lo segundo es que, si alguien va a gastar el tiempo y los dineros, que menos que tener algo decente entre manos. Nunca infravalores lo que significa una buena corrección. Por supuesto, las editoriales también lo valoran. ¡Muchísimo! Ya lo dije en el capítulo anterior de esta serie: las ofertas mejoran a medida que lo hace tu manuscrito.
Esto es todo por ahora. Si quieres saber más del tema, recuerda darle un vistazo a las otras entradas de Diario de Escritor.