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Diario de Escritor 02: papel en blanco.

Uno se sienta y percibe el papel en blanco como un monstruo amenazante.  

O una pantalla… Tanto da.  

El lápiz o el teclado pueden evocar un sentimiento abrumador. Sobre todo, si no tienes claro sobre que vas a escribir. Pero puede llegar a ser algo peligroso cuando sabes que quieres hacer, pero no hacia donde quieres llegar.  

¿Alguien recuerda Perdidos? 

Como ya dije: cuando quise escribir mi novela sabía lo que quería antes siquiera de saber que sería novela. Recordemos que en un principio levanté la trama en torno a una partida de rol que narraría a mis jugadores. Conocía el mundo, las situaciones, el folclore y su gente. Había un ejercicio de worldbuilding detrás. Tenía claro cual era el sentimiento de los NPCS (o personajes no jugadores) ante la pérdida, y sabía también que eso haría diferentes a quienes se salieran del paradigma.  

Pero eso solo me da un contexto. Es una buena tabla de esquemas, aunque estas, al igual que las joyas, deben refinarse antes de colocarse encima de un anillo.  El papel en blanco sigue estando en blanco hasta que se fermentan las ideas. 

Creación de historias.

Hará varios años tuve la suerte de oficiar unos talleres de Rol en La Casa de La Juventud de mi pueblo. Me llamaron para un proyecto de juegos de mesa que permitieran a los más jóvenes descubrir un mundo alejado de las pantallas. Y cuando me ofrecieron dinero me pareció hasta obsceno. ¿Voy a cobrar solo por oficiar un par de partidas de rol? Así que decidí darle una vuelta a la idea. Propuse que, a parte de las partidas, daría un pequeño taller de creación de historias para que los participantes no solo pudieran jugar una partida de rol; también pudieran crear mundos, personajes, y alentar así a otros amigos a jugar sus propias historias.  

Fue un éxito. Malo es que lo diga yo, pero en las tres jornadas tuvimos todas las plazas hasta arriba. Hablamos de construcción de argumentos, personajes y worldbuilding. Y a día de hoy me sigo encontrando a chicos y chicas que me paran por la calle para contarme las historias que habían creado, y el efecto que había causado en su nueva generación de jugadores.  

Eso mola un huevo. A fin de cuentas, cuando escribes mandas a conocidos y amigos tus escritos esperando que te respondan con toda la sinceridad posible. Cuando narras una partida de rol estás ahí. Ves de primera mano si el lector/jugador pasa miedo, se ríe, o se enfada guiado por el drama de la escena. 

A los alumnos les recordaba que lo importante era saber hacia donde querían llevar sus historias. ¿El humor? ¿La tragedia? ¿El terror? Siempre hay una base de fantasía en esto del rol. El Master (O Narrador) debe ser siempre acorde con las situaciones que crean sus jugadores (o personajes). Un mal master conducirá la trama por los intereses de su propia creación, olvidando que los jugadores deben decidir por si mismos. Y un mal escritor guiará el argumento olvidando la personalidad de los personajes que él mismo ha descrito previamente.  

Ahora volvamos al papel en blanco.  

Tenemos un contexto, y junto a él, unos personajes; y junto a ellos, unas ideas sobre las situaciones que afrontarán y cómo queremos contarlas.  

Si racionalizamos eso, podemos construir un esquema de pulsos. En guión vendría a ser la sucesión de acontecimientos que mueven el argumento.  

¿Y ahora? Nos falta el final. Lo considero una de las cosas más importantes a las que se enfrenta un escritor. A fin de cuentas, ese último sabor de boca es de los que recordamos con más cariño… u odio.  

Por norma general no tecleo ni una oración si no sé hacia donde quiero llevar la historia o como será ese final. Matizo: puedo empezar a escribir sin saber bien a donde voy, pero por norma general (y en mi caso), todo lo que fuerzo acaba en la papelera de reciclaje el 90% de las veces.  

No solo basta con conocerlo. Hay que saber cómo quieres contarlo. Puede ser anticlimático y dejar una reflexión alejada de la épica. Pero debería haber una intención con dicho final; así sea un punto y aparte justo tras la muerte de nuestro protagonista, o que se le olvidó tirar de la cadena justo el día que le llegaba visita.  

Y, por supuesto, debe ser coherente con el espíritu de nuestra obra. Así sea para contradecirla.  

En mi caso…  

Me cuesta verme como un escritor de mapa o de brújula. Me gusta saber al menos el destino de ese “punto final”, aunque llegar ahí dependa de más factores creados para la ocasión.

Empecé a escribir mi novela porque me gustaban el contexto y los personajes y, mi idea final, residía en algo que me apasionaba. Luego me encontré con situaciones que dependían de los personajes, y esas situaciones se escribían bajo la personalidad impregnada.  

Hubo mucho curro de documentación también. Cambios es una novela de fantasía oscura que se asienta en nuestra geografía. Estudiar bosques, naturaleza y fauna, así como localidades reales y la historia que tienen detrás, ayudan a redondear la pelota.  

Y ahora tienes personajes y destino en la punta de la lengua, y sabes como debes moverla para narrar los sucesos. El papel en blanco comienza a llenarse. Limas el diamante, y cuando sabes que brilla con forma propia, es cuando decides ponerlo en el anillo.  

Luego te quedará venderlo, pero eso es otra historia.