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Un maestro del cine de terror, alejado del cine: William Castle

Cada género de cine tiene sus maestros y el terror tiene al señor William Castle. Para entender este mérito habría que entender a la persona, y su forma de entender el horror, el miedo y, sobre todo, su concepto anexionado al espectáculo y la diversión.

Puede que conozcas a celebridades del género cómo El guardían de la cripta, Vampirella o la genial Elvira. Curiosamente, ¿William Castle? Es un nombre menos conocido. Puede que aunque fuera director, actor y productor del género, no sea donde realmente se encuentre la importancia de su personalidad, pero ahora iremos a eso.

En mi opinión, hay de dos tipos de personas que disfrutan el terror. Están los que encuentran placer en sentir miedo y están los que prefieren asustar a los del primer grupo. No es una división excluyente. Se puede ser de un grupo y de los dos. Raro sería que alguien fuese del segundo tipo sin haber sido antes un amante del terror, ya sea por ser asustado o por disfrutar de las ambientaciones y narraciones de lo macabro.

Por supuesto, el terror rinde hacia lo espectacular y eso es otra cosa que a muchos nos llama. Desde el machete de Jason a los tratamientos faciales de Pinhead. Hay amor por la exageración y el espectáculo: en la carne, en lo tenebroso y en el morbo de los tabúes por los que nos movemos; en la misma muerte. Y eso era algo que William Castle entendía al dedillo.

En serio… Si aún no sabes de quien puñetas estoy hablando y te gusta el cine de terror, quédate que te lo presento.

Los dulces inicios

William Schloss, nacido en la Nueva York de 1914, era el judío arquetípico de comedia norteamericana; un crío físicamente inepto pero agudo de mente. Tuvo la desgracia de perder a su madre y a su padre a temprana edad y, con trece años, tuvo su primer contacto con el terror gracias a Béla Lugosi.

Asistió a una representación teatral de Drácula y quedo tan aterrado como fascinado. Se gastó todos sus ahorros en ver la función una y otra vez. Una devoción que fue premiada con una gira con la compañía. Fue idea de William Schloss poner ataúdes en la puerta de los teatros, un reclamo tan macabro cómo llamativo para la época. También la de hacer juegos de ilusionismo, haciendo que Drácula desapareciera del escenario entre la niebla, para aparecer de nuevo entre las butacas, sentado junto a los espectadores.

Esto solo eran pequeños avisos de lo que depararía su futuro.

Pasos previos al séptimo arte

Para darse más bombo, se cambió su apellido a Castle (Una traducción de su apellido alemán). Siendo solo un adolescente, consiguió entrar en Brodway cómo actor, donde no dudó en hacerse pasar por el sobrino del famoso productor Goldwing, y allí tratará de producir su primera obra.

Para tal proyecto se gasta la herencia de sus padres en alquilar la sala de teatros que había dejado Orson Welles, que por aquel entonces trataba de rodar una peliculilla de nada. Lo mismo os suena; Ciudadano Kane.

Castle contrata para la obra, antes siquiera de tener obra, a la actriz alemana Ellen Schwanneke . El primer problema es que según una ley del gremio de actores alemanes, ningún actor alemán podía representar una obra que no se hubiera estrenado antes en Alemania. Así que nuestro productor tira de la picardía más descarada y miente sobre su propia obra, aún por escribir, diciendo que ya se había estrenado por el país germánico.

En un par de semanas escribe dos libretos de Das ist nicht für Kinder («No es apropiado para niños»). Uno en alemán y el otro en inglés, a la vez, para reforzar su mentirijilla, y el caradurismo no queda solo ahí.

Cuando la actriz, Schwanneke rechaza hacer una representación en Munich, Castle decide tirar de la exageración más basta. Anuncia a su actriz, como «la mujer que dijo NO a Hitler». Mentira que remacha reventando su propio teatro y pintando esvásticas por las paredes para denunciar luego a la policía que unos nazis cabreados habían tomado represalias.

Ni que decir que, con toda esta publicidad, daba igual la calidad de la obra. Fue un éxito.

Con dos cojones.

¡Hacia el séptimo arte!

Si una representación de Drácula le atrajo hacia el terror, fue la película “Las Diabólicas” (1955) quien terminó de meterle en el cine.

Castle se había divertido muchísimo en la función; sintiendo miedo, asustándose y chillando. Quería llevar esas sensaciones al público y el cine era la vanguardia a la hora de narrar historias.

Trabajó para distintas productoras cómo actor y director y ganó fama de competente. No es que sus cintas fueran buenas, pero al menos era rápido y sus producciones salían baratas. Pura serie B, vamos.

En 1958 sería cuando estrenara Macabre, su primera cinta. Autofinanciada a base de hipotecar su propia casa; el inicio de una carrera de ingenio y tropelías para publicitar sus cintas. En el estreno, junto a la entrada, venía un seguro de vida de 1000$ que cubriría al espectador si moría de miedo durante la proyección. Una aseguradora londinense sería la encargada de apoyar la chifladura y no es que fuera una experiencia especialmente terrorífica; presupuesto menor, actores desconocidos, guion previsible. Decir que el resultado fue “aceptable” es ser generoso.

Daba igual, lo importante era que la gente se fijara en una cinta, supuestamente tan horrible que los cines tenían que ofrecer un seguro de vida. La gente acudió en tropel.

Algo tan esperpéntico que era un reclamo perfecto y el inicio de una serie de locuras que darían más de un quebradero de cabeza a los productores y dueños de los cines.

Marketing original.

Sí con Macabre tuvo una idea original, con su siguiente film, The House of The Hounted Hill (1959), el reclamo fue: «Los fantasmas saldrán directamente de la pantalla». Aquello fue llamado «Emergo» y lejos de lo interesante de la propuesta, lo cierto es que la idea consistía en lanzar un esqueleto colgado del techo sobre el público. Este se balanceaba de aquí para allá en mitad de la proyección.

Si le preguntas a los encargados de los cines, no fue su mejor idea. Más cuando los jóvenes disfrutaban tirándole basura a aquel muñeco huesudo, e incluso hubo quien trató de agarrarlo entre risas y acabó con la pierna del esqueleto en la mano.

Con The Tingler (1959. Ni un año tardaba el tío en sacar su siguiente peli) subió el nivel presentando a un monstruo cuyo punto débil eran los alaridos del público. En cierto momento de la película se podía ver cómo el bicho entraba en un cine y mataba al proyeccionista. Entonces, para los espectadores reales empezaba un metajuego bastante chulo. Las luces se apagaban y se escuchaba la voz de Vincent Price (Actor de la cinta) gritando: «¡El monstruo está en el cine! ¡Griten! ¡Griten por sus vidas!».

Como aquello era demasiado facilón para alivio de los dueños de los cines, decidió también instalar motores de aviones en el patio de butaca haciendo que los asientos vibraran. «Rodada en precepto», cómo Castle lo bautizó, hacía temer a la productora que aquel invento pudiera acabar electrocutando a los espectadores.

Curiosamente, la posibilidad de una electroestimulación anal hizo que acudiera aún más gente.

Con Homicida (1960) se dejaría de monstruos y fantasmas para rendir tributo a unos de sus ídolos; Hitchcock. Compartía parecidos razonables en el argumento de Psicosis, como el asesino travestido o una muerte en la ducha. Pero si en la cinta de Hitchcock no se permitía la entrada una vez empezada la proyección, Castle hizo una hermosa asimetría dejando al final de film un descanso donde el público, que «no soportara tanto terror», podría salir y recuperar el dinero de su entrada.

Claro que, para ello, debían hacer ante el resto de la audiencia un paseíllo de la vergüenza y firmar un documento indicando que eran demasiado cobardes cómo para aguantar la cinta.

Amor por el espectáculo

Cada cinta de Castle tenía el valor añadido de averiguar que locura se le había ocurrido durante la proyección. La gente acudía por el espectáculo que se formaba al rededor de sus cintas. Desde falsas enfermeras que se vigilaban que nadie sufriera un infarto, gafas especiales para ver a los fantasmas, o incluso un final alternativo donde la audiencia podía decidir la suerte del villano a base de levantar el pulgar.

Además, era un tipo al que le gustaba acudir a sus propias sesiones con ánimo de preguntarle al espectador que le había parecido la película o que les gustaría ver en la siguiente.

Era común verlo presentar sus películas cual maestro de ceremonias antes del inicio de cada proyección, con frases muy coñeras cómo «Los fantasmas solo matan a algunos ¿Será usted uno de ellos?». El boca a boca acabó convirtiéndole en un referente a pesar de la baja calidad y presupuesto de sus cintas, donde lo que primaban eran los sustos baratos, las actuaciones mediocres. No, lo realmente importante era el “asistir” a la representación para pasar un rato increíblemente divertido.

Llegó a tener un club de fans (Que promovió él mismo) con magacines de sus locuras y aquello lo terminó de convertir en un símbolo muy querido por los amantes del género de terror. No así para las productoras y los gerentes de los cines, que debían amoldarse a las gamberradas de Castle con cada una de sus proyecciones.

Tocando techo

Teniendo en cuenta su trayectoria, no era de extrañar que cuando a sus manos cayera una novela de Ira Levin; Rosemary’s Baby, la productora le pusiera pegas a la hora de crear la película.

El amor de Castle por aquella historia fue a primera vista. Hipotecó nuevamente su casa para quedarse con los derechos de la novela, pero la Paramount no le quería dirigiendo una cinta de dicha magnitud. Castle tenía fama de animador de eventos antes que de buen director, y si bien dio el visto bueno en tenerle de productor, barajó nombres más relevantes para la filmación de la cinta. El nombre que salió fue el del europeo Roman Polanski.

Esto no le hizo mucha gracia a nuestro showman, que tuvo que conformarse con el papel de productor y un cameo menor en la cinta. Una película donde dejó de lado su cacharrería habitual de trucos y se centró en lo que en este caso importaba; es decir, la película.

Decir que Rosemary’s Baby fue un éxito es quedarse corto, algo que podría ser una noticia agridulce si tenemos en cuenta que, según rumores, tuvo mucho que ver con las acciones posteriores de Charles Manson y su secta sobre Sharon Tate, la esposa de Polanski.

Aquella cinta sería su último gran éxito y aunque no dejaría de dar espectáculo, jamás encontró igualar una repercusión como aquella.

Se ha dado a debate porque Castle no aprovechó los frutos de aquella victoria para empezar a hacer cosas realmente gordas cómo productor. Él nunca lo dijo. Puede que prefiriera su papel cómo maestro de ceremonias de divertimento puro en el acto social de acudir al cine, antes que la película a la que la gente acudía.

Castle moriría en 1977, dejando un legado larguísimo que, a pesar de ser poco conocido, incidiría en la cultura pop.

En su nombre fue que Robert Zemeckis fundó la productora Dark Castle Entertainment, donde sus primeros proyectos fueron remakes del cine de Castle. The House on the Hounted Hill y Trece Fantasmas para ser más precisos.  

El director de culto John Watters es un fan declarado del cine de Castle, y en su película Polyester, incluiría junto a la entrada una tarjeta con diversos y bizarros olores.

Joe Dante homenajeó al cineasta con su cinta Matinée, donde fue encarnado por John Goodman.

Castle, una figura oculta tras los entresijos del terror, nace directamente de su imaginativo marketing.

El tren de la bruja

Recuerdo haber leído en el libro sobre el rodaje de Alien: El Octavo Pasajero, que Sigourney Weaver no quiso acudir al estreno, pues la película le parecía demasiado terrorífica.

Si eres de los ochenta probablemente recordarás los informativos con las temerosas reacciones de El Exorcista, donde se hablaban de infartos durante las proyecciones y ambulancias en las puertas de los cines. Eso sin contar con aquel “diabólico” rodaje donde las desgracias asolaban al equipo técnico.

Con la saga de Poltergueist, recuerdo que se hablaba de una maldición que perseguía al elenco principal, y que acabó con la muerte de la actriz que encarnaba a la joven niña del simbólico «Ya están aquí».

En los videojuegos, el popular Resident Evil publicitó su sexta entrega usando sangre real donada, con la que pintaron autobuses y zonas públicas. Una acción publicitaria que les valió una merecida polémica.

Cómo ya dije antes, el terror tiende hacia el morbo y, a la vez, una búsqueda de emociones fuertes. A quien nos gusta nos atrae el peligro y la oscuridad de lo macabro. Por un lado hay un placer culpable de estar en presencia de lo prohibido, mientras que por otro, engorda con el juego de que pudiera ocurrirnos a nosotros.

Si os digo que si hacéis click en el siguiente enlace hay una posibilidad de que muráis tras pulsarlo ¿Lo haríais?

Enlace de la muerte.

Me quedo con esta frase de William Castle, a modo de reflexión, de uno de los más grandes iconos de la cultura terrorífica, demostrando el valor del género en una barraca de feria de tablones sueltos, pero inmensamente divertida.

Tenemos un interés común: monstruos más grandes y más horribles. Y yo soy el monstruo que os los va a traer.” (Willliam Castle).

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