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La truculenta historia de los videos nasties ¡Salvad a vuestros niños!

Son desagradables, violentas, sexualmente perversas y, además, son ficción.

Las películas Nasties (o mejor dicho video Nasties, pronto entenderéis el porqué) son la joya oleosa de la corona británica. Una selección demonizada de cintas de video que el gobierno daba por hecho que convertiría a las siguientes generaciones en sociópatas homicidas.

Casi nada, ¿verdad?

¿Y de donde proviene esta chorrada?

Siendo sinceros (y profundamente irónicos), para datar el germen de los video Nasties deberíamos remontarnos al mismo origen de la censura artística; desde la primera vez que un cromañón quiso evitar que otros dibujaran pornografía de bisontes en su caverna.

Pero vamos, cómo la censura es parte no esquiva de nuestra historia, vayamos al grano.

El grano en cuestión nace con la BBFC, o British Board Film Classification, un organismo censor que nacido a principios del siglo XX. ¿Su sagrada función? Controlar que las películas distribuidas en salas de cine mantengan un mínimo de moralidad, que ya sabemos cómo se ponen los creativos cuando se ponen libertinos. La BBFC califica, recomienda y en el peor de los casos, prohíbe.

¿Os acordáis qué antes diferencie entre “películas” y “video” Nasties?

Bien, esto es importante recalcarlo.

Si bien la BBFC tiene mano para gestionar las películas que se exhiben en las salas de cine, con el boom de los videoclubs, se encuentra con una divertida laguna legal. Y es que las cintas que se distribuían directamente para consumo doméstico no se consideraban “películas” para la legislación, sino “obras audiovisuales”, saltándose las funciones de un organismo destinado a controlar “películas”.

Por otro lado, las grandes productoras sentían aversión a este tipo de distribución. A fin de cuentas, existía la posibilidad de que un VHS pudiera piratearse. Sin embargo, cuando Dios cierra una puerta, el diablo tira abajo las ventanas. Los videoclubs, y el mercado doméstico del VHS se llenaron de toneladas de estrenos de bajo presupuesto, muchas veces de terror, que no tenían que ponerle el cuello a ningún tipo de órgano censor.

Esto creó un agujero negro de infinitas posibilidades, y la que preocupa a la BBFC es que, incluso las mismas cintas que ellos prohibieron, pudieran llegar a las casas de los ciudadanos de bien y lo que es aun peor, sus hijos.

Nace en los ochenta el concepto de las Video Nasties, o cintas “repugnantes”, “obscenas” o “desagradables”.

Curiosamente, los videoclubs y productoras de terror de bajo presupuesto abrazaron el término con alegría. Lo que era “abominable” para algunos, se convertía rápido en “morbo” para otros. Las cintas Nasties no tardaron en conseguir un estatus de interés para el cinéfilo más ávido de experiencias extremas, dotando de popularidad y marketing una etiqueta pensada, en principio, para advertir sobre obras de dudosa moral.

Más tropezones para el mismo puchero.

De mano de Mary Whitehouse, nace a mediado de los sesenta, la National Viewer’s and Listenner’s Association; una asociación preocupada en que las nuevas generaciones fueran pervertidas por el contenido ofensivo. Y entendamos que esta gente entendía por ofensivo la blasfemia (así, cómo concepto), la homosexualidad, la violencia y las relaciones sexuales (Que no aprobase Dios personalmente, supongo).

En los ochenta, cuando la BBFC, un organismo estatal, se encuentra con el interesante brete legal para controlar las cintas VHS que llegan a los videoclubs, y por ende, a cualquier casa, la asociación de Whitehouse entra en combustión espontanea. Con una fuerte presión sobre el gobierno de Thatcher de aquel entonces, y apoyándose en una ley del 59 que trataba de perseguir el cine erótico, (Obscene publication act), comienza una verdadera caza de brujas.

¡Que intervengan las fuerzas del orden!

Bajo la presión de la National Viewer’s and Listenner’s Association, la policía empieza a cubrir redadas en videoclubs. ¿Los objetivos? Incautar películas capaces de depravar a la sociedad. Algo bastante arbitrario, ya que dependía mucho de lo que la policía y los medios censores definían subjetivamente cómo “depravar” u “obsceno”, y el resultado acabó en poco más que un mal chiste.

Una de las cintas erróneamente incautadas fue The Best Whorehouse in Texas, una comedia musical cuyo título indujo a las autoridades a pensar que trataba sobre un turbio prostíbulo. Otra fue la mismísima Appocalypse Now, de Francis Ford Coppola, pues su nombre se parecía a Appocalypse Domani de Antonio Margheriti (“¿Me puede repetir una vez más su nombre?” Maldito Tarantino) que sí entraba dentro de la categoría Nasty.

Vamos, que ni siquiera había un mínimo a la hora de catalogar las cintas. Parecía que cualquier idiota podía decidir sobre la marcha, sin siquiera conocer la película, si el mismo título pudiera ser motivo de ofensa u obscenidad.

Esto acabó haciendo que las productoras que apostaban por el formato VHS, y que nada tenían que ver con el género terror o perverso, pegaran el grito en el cielo. A fin de cuentas, solo por estar en un videoclub o a la venta para el uso doméstico, ya tenías papeleta para que te consideraran algo poco mejor visto que la pornografía. Poca broma.

Los resultados.

En paralelo al malestar de las productoras, que no querían que ningún imbécil tocado por Dios convirtiera sus obras en una guerra santa personal, tenemos la otra cara de la moneda.

Cómo ya he dicho, la etiqueta Nasty dotaba a la cinta de cierto interés para el público más adepto al género de terror. Tal es así, que el director Sam Raimi pudo notar cómo su opera prima, Evil Dead (Posesión Infernal), que obtuvo una aceptación mediocre en su estreno, con el paso de los años y el mercado del VHS, acabó convirtiéndose en obra de culto. A día de hoy, una de las sagas más populares del cine y del género de terror.

El morbo mueve montañas (Aunque defenderé a capa y espada que Evil Dead es una saga cojonuda, ¡ojito!), y es el germen y la consecuencia del termino Nasty. Con productoras que exhibían los asesinatos de sus cintas en revistas, llamando la atención de los medios censores, generando polémica, y en última instancia, atrayendo al público más morboso.

Muy cachondo me parece la idea marciana de la distribuidora de Holocausto Canibal, que decidieron escribir anónimos a la mismísima Mary Whitehouse alertándola de la cinta haciéndose pasar por ofendidos ciudadanos. Trataron de levantar una polémica que ayudara a ganarse más público. No les fue demasiado bien, pero al menos la idea fue divertida.

La lista Nasty

En el 83 la BBFC publicó la malograda lista de videos nastie.

A ver, no dudo que en dicha lista haya mierda de la más truculenta, pero también cintas que hoy pueden considerarse de culto, cómo la ya mencionada Evil Dead (Sam Raimi), I spit on your grave (Meir Zarchi), o The Last House on the Left (Wes Craven). ¿El resto? Probablemente, en su mayoría, cintas de un presupuesto bastante deficiente que adquirieron una presencia, que sin la fama de su propia censura, jamás habrían obtenido.

¿Te interesa la lista? Aquí la tienes

El mismo concepto se entierra bajo la cultura popular (o contracultura a según quien le preguntes), para entrar en las venas de la cultura pop.

Desde bromas en sitcoms, grupos de música que hablan sobre ellas en sus canciones, show televisivos que las parodian. Caso muy sonado fue el de Doctor Who, con sus video “tastys”, y que acabó en un mar de quejas para la BBC.

Cómo siempre, mi propia conclusión.

Creo que, a día de hoy, atrae más el concepto en sí que la misma lista. Más por el poco pudor a la hora de delimitar censura de una forma tan arbitraria y potenciar un mercado de cintas predestinado al ostracismo, haciendo justo el efecto contrario de lo que se quería conseguir.

Crean un problema que no hay, lo engordan, y les explota en la cara. Una lista de cintas, en su mayoría, de calidad bastante dudosa, que nadie recordaría sino fuera por la polémica que ellos mismos levantaron.

Un capítulo más en la historia del “¿Pero en que cojones estaban pensado?” de la historia de la humanidad. Una anécdota agria porque nos representa, pero indudablemente divertida desde las lentes del pasado.

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