Await Further Instructions, reseña y el experimento de Milgram.

Hay dos formas de traer el terror ochentero al nuevo siglo: Una es hacer remakes y reboots, esperando que lo que funcionó una vez, vuelva a funcionar. La otra es crear material nuevo, inédito, y saber recrear el espíritu inventivo e ingenioso de aquellas viejas películas.

Pues bien, Await Further Instructions es de la segunda hornada.

Empezamos conociendo a la familia Milgram que, reunidos para celebrar la cena navideña, bordea peligrosamente el drama típico de las reuniones familiares. Que sí el hijo lleva años sin llamar y ahora aparece con una novia a la que no aprueban el resto de la familia, que sí la hija está embarazada y su prometido es idiota, que si el padre es un capullo, la madre muy sensible y el abuelo un cabrón racista.

Todo parece indicar que no harán falta factores externos para que empiecen a matarse, pero tras la primera noche, la casa parece quedar aislada del resto del mundo por una membrana metálica en puertas y paredes. No funcionan los teléfonos, y la televisión mantiene un único mensaje avisando de que se queden en sus casas y que aguarden instrucciones.

Las instrucciones no tardan en venir, y poco a poco, irán menguado la cordura de la familia. Entre lo que es correcto y lo que no. Entre si deberían hacer caso o no.

Que reine la paranoia.

Crítica sin spoilers

La cinta viene de la mano de Jhonny Kevorkian, que aparte de tener un nombre muy molón, sabe sacar partido a un bajo presupuesto para crear una cinta donde prima el suspense.

En Await Further Instruction tenemos unos personajes bien diferenciados que hacen el culmen del delirio a medida que el argumento se desarrolla. Todo rodado en una única localización, la casa, el director sabe aprovecharlo para crear claustrofobia.

La fotografía utiliza un exceso de filtros fríos para recrear la oscuridad, pero en vez de entorpecer, ayudan a crear una atmósfera muy homogénea con el mensaje que se trata de contar.

El montaje nos regala una cinta bastante entretenida que no solo se deja ver, también sabe generar tensión. Nos ofrece alguna imagen realmente perturbadora, en especial al final, en pleno clímax.

Y para acabar, los actores están bastante bien. Hago especial mención a David Bradley, en su papel de abuelete cabronazo que hace del germen del desastre. Una pena que se le desperdicie de una forma tan rápida y absurda, pero de eso ya hablaré en spoilers.

En resumen; tensa, entretenida y con momentos realmente espeluznantes. Una cinta que recomiendo a poco que te interese el terror y la ciencia ficción. La cinta bien podría haber sido un capítulo de Black Mirror por el tema que trata, y sabe ser lo suficientemente atractiva cómo para que no te pienses muchos los errores argumentales, que carga un buen puñado de ellos.

Ahora sí, con spoilers.

Para empezar, que la familia se apellide Milgram deja poco a la imaginación.

Puede que no lo sepas, pero el experimento creado por Stanley Milgram fue un estudio en los sesenta, poco después de acabar la segunda guerra mundial, que trataba de averiguar la implicación del pueblo alemán a la hora de seguir a los Nazis. ¿Fueron cómplices o simplemente seguían órdenes?

El experimento hacía que unos sujetos tuviera la posibilidad de dar descargas a otras personas (Actores que, sin conocimiento de los sujetos, fingirían dolor) según las peticiones de un supervisor. Ni que decir tiene, que los actores expresarían quejas, dolor e incluso rogarían clemencia a sus torturadores, y a pesar de todo, los sujetos seguían apretando el botón cada vez que una figura autoritaria se lo sugiriera.

Y bien, ¿recordáis el apellido de la familia? Pues al lío, porque los mensajes de la televisión tienen mucho que ver con esa figura autoritaria que el patriarca de la familia está dispuesto a acometer, sin siquiera plantearse el sentido de las mismas.

Esto, obviamente, es condescendiente con el discurso final mostrado al espectador, que ve una escalada de demencia, tal vez, demasiado elevada. Se excusa en que el abuelo fue un pelín bastardo, imponiéndole una forma retorcida de ver a la autoridad, con abusos infantiles de por medio. Sin embargo, el experimento social falla cuando el sujeto de pruebas ya viene con tornillos sueltos de fábrica.

La muerte del abuelo es otra cosa que tiene poca explicación. ¿Os dan unas jeringuillas? Os la inyectáis. ¡Da igual que la única con un mínimo de conocimientos de medicina diga que es una locura! Y luego el abuelete esputa algo negro que ni se nos explica, ni se explicará en el resto de la película. ¿Por que a él sí y a los otros no? ¡Mala suerte! Pues vale.

A pesar de que seguir las directrices de la televisión no está dando buenos resultados, y que algunos mensajes llegan hasta el delirio (El del “topo” es hasta anticlimático), el padre ni se plantea la estupidez de sus acciones. Ya sé que es que está muy loco, pero entonces no me lo englobes cómo crítica social hacia la manipulación de la caja tonta y el seguimiento de órdenes en los medios de comunicación. Es el único de toda la familia que no duda en su perseverancia para obtener su premio Darwin.

Premio que cuando se lo dan, nos dan una de las escenas más cañeras de toda la película. Tampoco se lo voy a reprochar.

Al final nos quedamos con invasión parasitaria. ¿Es alienígena? Por la estética podríamos suponerlo, aunque podría ser que los televisores han cobrado vida y quieren su adoración de una forma mucho más directa. Nada se termina de explicar. Si bien soy consciente de que un buen terror debe prescindir de explicaciones, tampoco pueden servir de excusas para agujeros de guion o comportamientos inexplicables. Barrer bajo la alfombra puede funcionar siempre que el bulto resultante no rivalice en altura con la mesa del comedor.

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